martes, 21 de junio de 2016

MEMORIAS DE UNA DRAGG QUEEN DE PUEBLO (Dragg Issis, yo mismo y un señor japonés.8)

DRAGG ISSIS, YO MISMO Y UN SEÑOR JAPONÉS.8 (Consecuencias, reacciones y repercusiones)

        Hacia veinticuatro horas justas que me había despedido de Hikaru Yamahaka, el que había sido mi amante durante los últimos nueve días. Y me despertaba en los brazos de Álvaro, un compañero de trabajo que se me había declarado justo en mitad de mi romance con el japonés.
        Me sentía muy satisfecho de mí mismo, ya que a pesar de no haber dicho toda la verdad a ninguno de los dos, técnicamente, tampoco les  había sido infiel, ya que empecé mi relación con Álvaro justo después de terminarla con Hikaru (unas diez horas para ser exactos).
        El despertador sonó a las seis de la mañana, repetí el mismo ritual que llevaba haciendo toda la semana anterior: una buena ducha con mi nuevo amante (creo que la mayoría de los mortales desmerecen las duchas compartidas. Yo personalmente creo que al compartir una ducha con tu amante creas un vínculo emocional y afectivo capaz de consolidar una relación, sobre todo al principio), desayuno de un buen café (esta vez soluble y calentado al microondas) y  bollería (en vez de pastelería esta vez era industrial). Y cada uno en su coche dirección a la fábrica.
        Debo informaros que a partir de este momento ya no os contare más cosas de mi relación con Álvaro (hasta dentro de algún episodio, no os asustéis). Y me centraré en lo que pasó a partir el momento en que se fueron de nuevo al Japón los auditores de calidad. 
        Era martes veinte de diciembre. Quedaban escasamente tres días para que empezasen las vacaciones de navidad. Un par de semanas que me irían de puta madre para desconectar y relajarme. Aunque la realidad era tozuda y parecía que el Sr. Yamahaka no desaparecería tan fácilmente de mi cabeza: Al ponerme el uniforme en el vestuario de la empresa, me di cuenta que en el fondo de mi mochila había un sobre que no había visto antes. Lo abrí y en su interior había una carta escrita en inglés y un gran fajo de billetes de cinco mil pesetas. Iba bien de tiempo y leí la carta.
        -Mi artista querido (así me solía llamar), no te tomes a mal esto que estoy haciendo. Pero me es necesario para poder seguir adelante. Necesito pagarte para poder olvidarte. Preferiría que pensases que este dinero es una compensación por la información que me has entregado y que tanto bien hará a la empresa a la que los dos servimos. Cuando te haya olvidado, intentare recordarte con cariño. Firmado: HIKARU.- 
        Doblé la carta con cuidado y me la guarde en uno de los bolsillos cerrados de la chaqueta, y evitando derrumbarme delante de todo el mundo, me fui al baño, donde escondido en la letrina me permití algunas lágrimas. No sé si de rabia o de desolación. 
        El resto del día lo pasamos reparando los aparatos repletos de topos rojos. Tal y como yo auguré, ese trabajo nos duró hasta el miércoles. Álvaro se mostraba muy afectuoso conmigo y yo intente disimular la situación mental que tenía en ese momento para que no creyese que me había entrado el pánico post-coito.
        El miércoles a mediodía acabamos las reparaciones de los aparatos. La tarde la dediqué a poner en orden y recoger las mesas y los aparatos de medición que habían sido instalados en el almacén de control de calidad. Hacia las cuatro y media ya no quedaba ningún rastro en la estancia del paso por allí del Sr. Yamahaka y el Sr. Hikamasha. Entonces apareció el Sr. Cubiles. –Acabo de firmar la prejubilación. Que he aceptado a cambio de una generosa compensación económica.- Me dijo con tono abatido.
        La verdad es que no sabía si felicitarlo o darle el pésame. 
        -Me sabe mal por Álvaro.- Añadió. –Del árbol caído todos intentan hacer leña y él se encontrará en mitad de la jauría de lobos.- Su tono era verdaderamente de preocupación. 
        El jueves descubrí por donde irían las cosas en los próximos meses. Me quedó claro que jamás regresaría a mi puesto en las injertadoras de componentes. El jefe de producción se relamía de gusto, mientras me enviaba a cargar camiones con los estibadores. No quise darle la satisfacción de verme cabreado por esa decisión. Así que me tragué el orgullo y le contesté con un eufórico: -Fantástico, hoy no tendré que ir al gimnasio.-
         El día se me pasó cargando miles, que digo miles, millones de cajas de producto acabado y embalado. Llenando uno detrás de otro todos los contenedores que iban llegando. Decidí no quejarme a Andrea porque creía que si implicaba al comité de empresa en este asunto aun empeoraría más las cosas. 
        Mientras preparaba mi venganza.
        Aunque no lo mencioné, Álvaro durmió cada noche conmigo en mi casa. Pero decidimos practicar cierta discreción en la empresa, ya que el horno no estaba para ese tipo de bollos.
        La noche del jueves me dolía todo el cuerpo. El viernes por la mañana tenía agujetas en sitios donde nunca pude imaginar que había un musculo. Me tomé un par de cafés con mucho azúcar y tres aspirinas y el dolor remitió bastante. Y volví a hacer el paripé delante del jefe de producción, al que, mi irreverente felicidad por el castigo que él creía que me estaban infringiendo, era evidente que no le hacia ninguna gracia.
        A medio día la producción paró en todo el complejo, y empezó el zafarrancho de limpieza previo al cierre por vacaciones. En los almacenes el paro no se produjo hasta que el último producto fabricado no estuvo metido en su correspondiente contenedor.
        Para entonces yo ya tenía claro lo que iba a hacer. -Os vais a cagar, malditos hijos de puta.- Me decía para mí mismo.
        Era norma que, el último día laborable del año se entregaban el aguinaldo y la paga doble de navidad en una fiesta que la empresa organizaba en una conocida sala de eventos de la ciudad. Ese día todos los empleados aprovechaban para lucir como si fuesen a un sarao de alta alcurnia.
        Quedé con Álvaro para ir juntos a la fiesta, así que lo recogí en su piso de Girona y allí que nos fuimos. -Me lo parece o vas tremendamente gay a la fiesta.- Me dijo Sorprendido.
        -Bueno, ya que soy la maricona de la fábrica, lo mejor es estar a la altura de sus expectativas.- Mentía como un bellaco. En realidad llevaba todo el conjunto súper mega gay que me había regalado Hikaru.
        -¿Y este reloj? Vaya pasada.- Dijo con tono de admiración.
        -Un regalo que me ha hecho mi familia.- Seguí mintiendo.
        -¿Joder! Yo quiero una familia como la tuya, menudo regalazo, un Festina de oro y diamantes. Por lo menos llevas medio millón de pesetas en la muñeca chaval.- Me dijo escandalizado.
        -Ah sí.- Le dije sin darle importancia. –Creía que habrían sido unas doscientas mil pesetas nada más.- Estábamos llegando al local. Aparqué cerca de la puerta principal. Me calcé la cazadora de motorista de cuero negro con incrustaciones metálicas de la marca “Jack and Jones” y entramos en la fiesta. Yo iba con la intención de entrar a matar a la que se me pusiese a tiro alguna de las lacayas del jefe de personal. Tuve suerte, estaban las dos de cháchara con su jefe. -Bingo, el trío fantástico al completo. Ya son míos.- Me relamí en mi mala leche.
        Me acerqué y les felicité por la organización de la fiesta. -Qué curioso, la semana pasada compré un conjunto igualito que el que llevas.- Dijo Vanessa, la lacaya delgaducha. La cara del jefe de personal de golpe y porrazo, cambio a una expresión de terror. La expresión se volvió de pánico cuando me bajé la manga de la cazadora para que viese el carísimo reloj que sin duda habían regalado al Sr.Yamahaka. 
        Sin decir nada mas (estaba convencido de que el jefe de personal era un muy buen entendedor) fui a por una copa y me puse en un rincón alejado de la pista donde no hubiese mucha gente. No pasaron ni cinco minutos hasta que apareció el jefe de personal. -¿Hasta dónde la has cagado, cabón?- Me dijo con tono inquisidor.
        -Lo suficiente para que os metan una bombona de butano por el culo a todos y cada uno de vosotros.- Le dije con tono muy serio. -Ah, y por cierto, tengo el teléfono personal de Hikaru, y aun me queda mucho por contarle.- Estaba en racha, porque ahora sí que me estaba tirando un farol.
        Se quedó un momento callado, y después me soltó: -¿Qué es lo que quieres?-
        -De entrada, que se acabe el putearme. Mi puesto en las insertadoras de componentes os lo podéis poner donde queráis. Prefiero el turno partido. Un sitio tranquilo, sin superiores que me atosiguen, estaría bien. Ah, un aguinaldo digno y un ascenso en mi categoría profesional tampoco estaría de más.- Me estaba escuchando y estaba alucinando conmigo mismo.
        Sin decirme nada, volvió con el grupo de directivos y siguió atendiendo a la fiesta. Al momento, se me acercó Álvaro y me indicó que quería que fuésemos a bailar a la pista con Andrea, Eugenia y Rosita. Accedí aunque las agujetas me estaban matando.
        A las doce cuando regresábamos con mi coche a casa, Álvaro me preguntó: -¿Qué quería de ti el jefe de personal?-
        -¿A qué te refieres?- Fingí no saber de qué me hablaba.
        -Te vi hablando muy serio con el jefe de personal al principio de la fiesta.- Insistió.
        -Aaaah, me estaba quejando de la situación que me tienen desde que hicieron la inspección en la empresa.- Le mentí de nuevo (por dios, la mitad de lo que le cuento a este chico son mentiras).
        -¿Y te lo van a solucionar?- Seguía insistiendo.
        -Eso espero- Le dije sonriéndole. -Más les vale, por la cuenta que les trae.- Pensé para mí.
    Dos semanas después, al finalizar las vacaciones. Cuando regresamos a la empresa. Nos encontramos con la sorpresa de que el jefe de personal había presentado su dimisión para irse a trabajar como encargado de recursos en una empresa de la competencia (Era zorro viejo. Y cuando vio la que se le venía encima, optó por salir corriendo). 
        La dirección había Prejubilado al Sr. Cubiles (Echaría de menos a ese pedazo de maricón viejo). 
       Todos los directivos y técnicos japoneses habían sido cesados en bloque. Siendo sustituidos por personal enviado especialmente desde la dirección de la empresa madre del Japón (lo primero que hicieron fue una auditoría de infarto que se llevó por delante de patitas a la cárcel a dos de los directivos españoles).
        Curiosamente hubo una redada del departamento de inspección de trabajo en todos los talleres clandestinos que producían material para la empresa. (Por lo visto, alguien desde Japón, encargó a un equipo de detectives que reuniese pruebas para presentar la denuncia contra esas empresas). 
        Ah, a mí me asignaron a un nuevo departamento dentro de la sección de control de calidad. Mi nuevo trabajo consistiría en recorrer el almacén de carga con un carrito y elegir al azar veinte aparatos de manera aleatoria cada día y hacerles todo tipo de inspecciones buscando fallos en la calidad. Cada día tenía que hacer un informe y entregarlo directamente al nuevo jefe de control de calidad. Como era un cargo con cierta responsabilidad me subieron mi categoría profesional.
        El día 20 de enero cuando llegó el nuevo director general, enviado desde la Casa madre japonesa. Me requirieron en la oficina de personal. Vanessa, la nueva y flamante jefa de personal, se reunió conmigo para hablar de un tema que según ella era muy espinoso.
        Resultó que el nuevo director general había traído regalos para todos los cargos directivos e intermedios de la empresa y se había producido una situación que para ellos era de lo más embarazosa. Pude ver en la mesa una caja llena de juguetes infantiles de esos que consisten en un palo con una bola atada con un hilo, que tienes que sacudir e intentar coger la bola con el palo. Al fondo había una gran caja de cristal con una muñeca de porcelana en su interior que representaba una bailarina japonesa. Estaba ataviada con un kimono que era clavadito al que use en mi espectáculo el día que conocí al Sr. Yamahaka. Todo azul celeste con los ribetes y un gran lazo de color rojo. El pelo estaba recogido con un peinado parecido al que llevaba yo ese día. Incluso el maquillaje era en tonos azules incluido los labios. Me dio por reírme.
        -No me jodas que ha enviado la muñeca para mí.- Le dije a Vanessa sin poder dejar de reírme.
        -No tiene ninguna gracia. Aquí todos lo ven como una broma de muy mal gusto.- Dijo con muy mala leche, la nueva jefa de personal.
        -Y ¿qué propones?- Yo no podía dejar de reír.
        -Estamos obligados a entregarte la puta muñeca a ti. Pero… podríamos llegar a algún tipo de acuerdo.- Parecía que los ojos se le saldrían de las órbitas.
        Dos horas después, salía del departamento de personal con uno de esos juguetes en la mano y un documento en el bolsillo en el que constaba que: yo entregaba la muñeca a la empresa mientras estuviese contratado en ella. La dirección de la empresa me la devolvería el día que fuese despedido o, en su defecto, yo rescindiese mi contrato laboral de manera voluntaria. 
        Desde ese día la joya que lucían con orgullo en el vestíbulo del departamento de dirección de la empresa, era una muñeca de porcelana que representaba a una Dragg Queen de pueblo en su apogeo artístico. Aunque, claro, esa nunca fue la versión oficial.

        Posdata:
        Mi abuela decía: Para atrapar a un perro rabioso tienes que tener mucha paciencia. No es nada fácil ponerle la soga al cuello y tirar hasta que este ahogado.


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